“Señor alcalde, ¿cómo podíamos
vivir antes sin La Duna?”, preguntó el periodista del diario con mayor tirada
de la región. El alcalde pareció dudar unos segundos que hicieron que fuese
cual fuese la respuesta resultase más interesante. Se atusó el pelo con
indiferencia. Manejaba el tempo como
nadie. La becaria de una radio dejó escapar un suspiro que se escuchó
perfectamente en medio de un silencio expectante. “Lo de antes no era vida”,
disparó al fin entre aplausos.
La Duna, el estadio náutico
(todavía más pretencioso), no solo ha cambiado el frente marítimo de Santander
sino que ha sido capaz de variar la mentalidad de sus ciudadanos. Como lémures
en celo, los santanderinos acuden a miles a la Duna, el monumento más visitado
del norte de España en estos días (frase textual dicha por un hombre de la vela
cántabra de la que llama poderosamente la atención la calificación de ‘monumento’
a ese bloque de hormigón que tiene ya poco del diseño original del arquitecto
madrileño Alejandro Zaera). Si no has estado en La Duna no eres cántabro,
aunque ese día o a esa hora no haya nada que ver. Es gratis.
Esta Duna tiene algo mágico, un
magnetismo sexual que atrae a las personas para que den vueltas sobre su lomo. Ya
hay quien apunta que podría organizarse una prueba atlética de subir y bajar
sus escaleras, incluso en albarcas para contentar a los regionalistas. Los
maridos llegan a casa agotados, sin fuerzas ya para el ‘acto’, también
denominado ahora ‘Medal Race’.
Endesa lanzó una campaña durante
el Mundial de baloncesto que consistía en premiar a las parejas que tuviesen un
hijo nueve meses después del evento deportivo si España lograba la medalla de
oro. A la compañía eléctrica no le debió parecer machista esta iniciativa.
Endesa también forma parte del grupo de patrocinadores del Mundial de clases
olímpicas de Santander, pero enseguida desecharon la idea de realizar la misma
promoción con la vela. En la capital cántabra nadie va a tener hijos nueve
meses después… La gente está paseando por La Duna.
La Universidad de Cantabria está
trabajando en varios informes sobre esta cita deportiva internacional que
cambiará la historia de Santander. El estudio del impacto económico ya está casi
terminado. Solamente tiene un folio, apenas unas palabras: “El Mundial ha sido
un éxito rotundo”. Un poco más abajo pondrán la cantidad, que a todos nos
parecerá exagerada. No sé 200 ó 500 millones de euros. O más.
El otro estudio de la UC es más
polémico: ‘El sexo durante el Mundial de vela’. El informe está constatando que
los regatistas solamente se relacionan con los regatistas cumpliendo
escrupulosamente con el lema del Mundial: “By sailors, for sailors”. Ellos se lo
guisan y ellos se lo comen, algo que a los navegantes de Papúa Nueva Guinea les
parece de lo más normal. Los regatistas pillan con regatistas incluso más que
en los Juegos Olímpicos, que ya se sabe que son bacanales con cinco círculos o agujeros.
En el Mundial de Santander ya
todos hablan de unas polacas espectaculares que si las miras te conviertes en
piedra. Los santanderinos están desolados. Suecas, noruegas, finlandesas,
danesas… Nórdicas rojas como cangrejos (seguro que pensaban que en Santander
salía el sol menos que en Mordor y no trajeron crema de protección) que han recuperado
el Landismo regional a fuerza de exhibirse en bicicleta (resulta irónico que
justo cuando han inhabilitado el carril-bici este medio de transporte haya
conquistado la ciudad). No es algo nuevo esta pasión por las extranjeras. La
playa de los Bikinis recibe este nombre por la cantidad de mirones que iban a
espiar a las extranjeras de la UIMP que tomaban el sol con esta prenda… Los
años del blanco y negro. Se especula con que el Mar Cantábrico suba dos o tres
metros su nivel a causa de las babas. El STV (de Santander de toda la vida) es
en el fondo un PTV, paletos de toda la vida. La Duna ha traído un extraño
cosmopolitismo de hormigón. Este Mundial parece un sueño del que la ciudad
despertará tarde o temprano. La gente sube y baja en una marea sin sentido.
Borregos a vela. E.T. enciende su dedo de luz roja y susurra: “La Duna, La Duna”.
Los niños han encontrado un tobogán perfecto junto a las escaleras de acceso:
una rampa de madera por la que se deslizan. Es curioso, no hay en muchos
kilómetros ni un solo columpio. Ciudad inteligente que sabe que en el futuro
habrá muy pocos niños. Aquí no pilla nadie, solamente los regatistas con otros
regatistas, claro.
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Limpiando los bajos. |